Gripe, constipado, otitis, laringitis, amigdalitis, sinusitis, bronquitis, etc., se definen comúnmente como “resfriados”. Son muy frecuentes durante la estación invernal, aunque también se pueden padecer en otros periodos, como por ejemplo el verano, a menudo relacionadas con el uso del aire acondicionado y con los cambios bruscos de temperatura (calor-frío) derivados. De hecho, las variaciones repentinas de temperatura contribuyen a reducir las defensas inmunitarias, aumentando el porcentaje de éxito de los ataques por parte de virus ambientales. En el 90% de los casos, el origen de estas afecciones es vírico, ya sea en adultos o en niños.
En un intento de defenderse, el organismo activa una serie de procesos que llevan a los típicos síntomas: inflamación, edema, producción de moco, estornudos, congestión, irritación, aumento de la fiebre, etc. Aunque, sin duda es cierto que los cambios bruscos de temperatura facilitan la propensión a padecer infección, en realidad el responsable de esta debilidad es el desequilibrio de la respuesta inmunitaria individual.